HISTORIAS DE AMOR....

La historia está plagada de aventuras y desventuras encabalgadas en los procesos históricos que van formando las sociedades. Desde aquí vamos a dar cuenta de esas pequeñas historias, a veces olvidadas.
martes, julio 31, 2007
Cuenta la leyenda, que en la expedición realizada por Sebastián Caboto ocurrió una historia muy particular. Como dice una canción: "Ésta es la historia del eterno triángulo", sólo que en este caso son dos caciques timbúes los que le disputan a un español el amor de una hermosa española llamada Lucía Miranda.

La expedición de Caboto había fundado un fuerte el 11 de mayo de 1527 a orillas del Carcarañá, río que desem-boca en el Paraná. Fue el primer establecimiento europeo en nuestro territorio, y fue llamado Sancti Spiritus.

La leyenda nos llega a través del historiador Ruy Díaz de Guzmán en su libro La Argentina, de 1612. Se cuenta que entre los timbúes que habitaban la zona del fuerte, había dos caciques que eran hermanos. Uno se llamaba Mangoré, y el otro, Siripo, de unos treinta años ambos, valientes y expertos en las artes de la guerra. Mangoré se había enamorado de una mujer española que vivía en la fortaleza, llamada Lucía Miranda; estaba casada con el español Sebastián Hurtado.

Los timbúes tenían tratos con los españoles y les llevaban alimentos. Mangoré le hacía muchos regalos a Lucía, y la ayudaba dándole comida. La española, muy agradecida por los regalos, le daba un trato muy amoroso. El caci-que se entusiasmó más de la cuenta con Lucía. Tanto pensaba en ella, que organizó en su mente el rapto de su amor no correspondido. Decidió invitar al marido de Lucía a mudarse a su pueblo, donde recibiría hospedaje y amistad, pero el español, con buenas razones, se negó. El cacique terminó por perder la paciencia. Con gran indignación y mortal pasión, al ver que la española no le prestaba la atención que él deseaba, y el esposo menos todavía, comenzó a preparar una traición a los españoles para conseguir a Lucía.

En ese momento de la historia entra en acción el otro cacique, su hermano Siripo. Mangoré le dice que no con-venía obedecer a los españoles, porque éstas eran tierras timbúes, y ellos eran tan señores en sus cosas, que en po-cos días los pondrían bajo su control, y en perpetua servidumbre. Entonces le pide a su hermano que lo ayude a destruir a los españoles, matando a todos y asolando el fuerte. Pero Siripo no quiere saber nada, y le pregunta cómo podía él pensar en una traición, cuando los españoles siempre le habían profesado amistad y él se sentía tan atraído por Lucía. Mangoré le replica indignado que así convenía para el bien común de los timbúes, y como él lo quería así, su hermano tenía que aceptarlo. Con esto persuadió a Siripo que accedió a realizar el ataque en el momento más oportuno.

La traición

Mangoré planeó el asalto al fuerte con más de cuatro mil hombres, aprovechando la salida varios españoles en busca de comida, entre ellos el marido de Lucía. Así salió con treinta hombres hacia la fortaleza, con comida y otras cosas, y repartió todo entre los españoles. Éstos, agradecidos, lo hospedaron en el fuerte por aquella noche. Una vez seguro de que todos dormían, Mangoré mandó matar a los centinelas, y abriendo la puerta hizo que entra-ran los cuatro mil hombres que esperaban emboscados fuera del fuerte. Los españoles se defendieron con gran va-lentía, pero ésta no alcanzó. Fue una carnicería. Los pocos que pudieron salir con vida escaparon hacia los barcos y se salvaron. Mangoré murió en el ataque.

Sólo quedaron con vida en el fuerte cinco mujeres, entre las cuales estaba la tan cara Lucía Miranda, más cuatro muchachos que fueron capturados. Siripo, viendo a su hermano muerto por una mujer española, lloró mucho, y lo único que pensó fue en quedarse con ella como prenda.

El Triángulo

Lucía lloraba mucho por su situación, aunque Siripo la trataba muy bien. El cacique, al verla así, la tomó por mujer y la consolaba diciéndole que era señora de todos sus dominios.

Al tiempo llegaron ante Siripo unos guerreros con un cautivo; era Sebastián Hurtado, el marido de Lucía. Éste, viendo el fuerte destruido, sólo pensó en buscar a su mujer y quedarse prisionero de los timbúes, si eso bastaba para ver a su Lucía. Siripo, al reconocerlo, ordenó que lo ejecutasen. Pero Lucía rogó por su marido y Siripo accedió a tomarlo como esclavo.

Sin embargo, ocurrió que Lucía y su esposo se veían a escondidas del cacique, y éste se enteró por una de sus esposas que estaba celosa de la “españolita”. Preso de una rabia infernal mandó que se armase una gran pila de madera sobre la cual se puso a Lucía Miranda y la prendió fuego. Ella aceptó con gran valor la sentencia y muerte. Al marido le reservó otro tipo de muerte. Lo ataron de pies y manos a un algarrobo, y le lanzaron dardos, primero, y luego, flechas hasta que lo mataron.

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